Escritos de Irina Polà - Rodrigo de Arias
   
 
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Rodrigo de Arias y Maldonado, marqués de Talamanca

…. Y predijo el oráculo: Los blasones y escudos y nobiliarios títulos de su linaje, lo llevaran a los campos de batalla… será conquistador valiente y sagaz enamorado, mas, la sierva profecía le despojara de toda vanidad y aquel su ilustre abolengo, sustituido será por humilde hábito; por espada llevará el santo signo de la cruz y su señorial castillo será claustro franciscano… 
Sino de un gran guerrero que habiéndose forjado en la opulencia y poseedor de múltiples títulos nobiliarios y honorables pergaminos, un día de tantos por milagro divino de la fé, renuncio a todo lujo y vida mundana, para abrazarse al santo madero de Cristo y erigirse en émulo del Siervo de Dios, el Hermano Pedro, de quien continuó su obra piadosa:  DON RODRIGO DE ARIAS Y MALDONADO. MARQUES DE TALAMANCA  Valiente, impetuosos, galante y protagonista de osadas aventuras amorosas y de atrevidas batallas. Hijo de Melchora Franciscade Góngora y Córdova y Don Andrés Arias Maldonado, descendientes de los Duques de Benavente y Duques de Alba. Vino don Rodrigo al mundo en Marbella, España, elegido para protagonizar una gigantesca obra, cuya culminación estaría precedida por las sensuales tentaciones, la pecaminosa aventura y la pasión mundana que hacen de su conversación un acontecimiento humano, brillante y solemne. 

Fácil es caer en las redes del placer aniquilante, fácil es caer en las aguas engañosa del imperativo goce de los sentidos… recorrer senderos de falso halago o de hipócritas lisonjas, y ¡Que pocos son los seres que saben desligarse de la pequeñez humana y las flaquezas de la materia! Y qué pocos son los que surgen de las ruinas de una vida llena de vergüenzas. 
Pero se dice que el que cae y se levanta, triunfa dos veces, y aquel que reconoce y enmienda sus yerros, se encontrará a sí mismo… 
Este es el caso de Don Rodrigo de Arias,  su infancia transcurrió bajo los sanos ejemplos de una familia en la que el padre ornamentó, además de con ilustres blasones, con pergaminos y trofeos conquistados con audacia y valentía, y de una madre que lo adoctrinaba constantemente en las sabias enseñanzas del catecismo, que hicieron de Don Rodrigo un ejemplo de valentía y nobleza. Su extremada caridad infantil lo hizo volver a su casa semidesnudo y descalzo, después de socorrer a un necesitado enfermo, a quien además cargó sobre sus hombros, para llevarlo a un hospital. Esto le valió una reprimenda enorme. 
Y fue creciendo, unas veces sumido en la fogosidad de las aventuras y otras obedeciendo a los imperativos de su generoso corazón, dualidad extraña de un hombre que habría de cumplir con un destino memorable. Don Rodrigo llegó a la provincia de Costa Rica, al lado de su padre quien había sido nombrado gobernador y Capitán General de dicha provincia, cuando contaba 19 años de edad. Le fueron encomendados algunos cargos militares, y luego con al grado de Alférez, pasó a entrenarse en el manejo de armas. En poco tiempo obtuvo el grado de Capitán por sus servicios altamente meritorios. Su primera y delicada misión como capitán, fue buscar un lugar seguro que sirviera de puerto a las embarcaciones que traficaban por el mar del Norte, pues esa era la causa que hacia imposible la relación comercial de esa provincia y la ciudad de Cartagena. El empeño y la osadía de Don Rodrigo, hicieron posible que la delicada misión se cumpliera a cabalidad. 
Tal fue la trascendencia de éste hecho, que el Presidente de la Real Audiencia de Guatemala, para compensar la hazaña de Don Rodrigo, le confirió el corregimiento de Turrialta. Pero la sorpresiva muerte de su padre, provocó una orden del Rey de España, para que asumiera el cargo de Gobernador y Capitán General de Costa Rica. 
A la edad de 26 años, ya libre del anterior cargo, emprendió viaje hacia el florido reino de Santiago de los Caballeros de Guatemala. ¡Lejos estaba don Rodrigo de Arias y Maldonado, que Guatemala sería la tierra  donde alcanzaría su máximo ascenso; al trono de la virtud! 
Por ese entonces, en todo el reino de Guatemala ya era familiar y muy querida la figura del Venerable Hermano Pedro de San José de Betancur, por sus innumerables virtudes y prodigios. 
Se cuenta que el Hermano Pedro, poseído de un poder sobrenatural, pronosticaba sucesos que en poco tiempo se cumplían, con lo que causaba el natural asombro de la gente de Santiago de los Caballeros. Cierto día el Siervo de Dios, conversaba con Doña María de Céspedes, dama muy devota y generosa, y entre otras cosas le dijo: “Hermana, un caballero viene a habitar ésta ciudad, en quien tengo fundadas mis esperanzas…”.

El Hermano Pedro dijo esto, cuando Don Rodrigo de Arias aún no había salido de Costa Rica ni era persona conocida en el reino.

Fue días después que hollaba nuestro suelo Don Rodrigo y cuando el Hno. Pedro platicaba como de costumbre con la señora Céspedes, avanzaba por la calle Don Rodrigo, al verlo dijo el Siervo de Dios: “¿Ves hermana aquél hombre que allí viene?... Es cabalmente hecho a la medida de mis intentos”. 
Otra mañana, el hermano Pedro sostenía animada plática con varias personas en la puerta del hospital, cuando pasó frente a ellos el elegante Marqués de Talamanca con un acompañamiento digno de su alcurnia. Notándolo el Hermano Pedro, exclamó: “¿Ven al gobernador con aquella pompa vana y majestad suntuosa con que vá? Pues él es el que Dios tiene preparado para mi sucesor, y el que ha de fundar en éste pobre hospital, una sólida religión”. 

Es indudable que mientras tales vaticinios plasmaban en realidad que posteriormente se comprobó, muchas de aquellas gentes tomaron como utópicas las palabras del humilde franciscano, porque ¿Cómo iba a ser posible que todo un capitán de noble prosapia, acostumbrado al lujo y a la vida placentera, a la aventura al romance, pensara en cambiarse por un hábito religioso?

Para darnos una idea de la personalidad de Don Rodrigo de Arias, escuchemos el relato de auténtica historia que hace un contemporáneo del Hermano Pedro: “Al ingresar Don Rodrigo de Arias y Maldonado al reino de Guatemala, se transformó en el personaje del momento; la elegancia de su parte, sus refinados modales, su trato distinguido y su crecido caudal, lo hicieron dueño de altas estimas y connotadas amistades. Pronto fue el asiduo concurrente a las animadas tertulias que, noche a noche verificábanse en palacio.

El apuesto capitán de 26 años de edad, fue causa de no pocas inquietudes femeninas, entre ellas la de una mujer considerada como las mas bella y atractiva del reino; de noble linaje y gran fortuna, por añadidura esposa de un influenciante servidor de la Real Corona, circunstancia ésta, que fue insuficiente para que dicha señora correspondiera a los requerimientos del atrevido Marqués. Los inquietos enamorados, tuvieron el suficiente tino para concertar secretas y peligrosas citas, entre las que nació un amor tan ardiente como profano”.

El esposo deshonrado por su cónyuge y noticiado del imperdonable agravío, dispuso comprobar su autenticidad mediante un ardid; notifico a su esposa que por razones del alto cargo, tendría que ausentarse por tres días de su casa. Al enterarse Don Rodrigo de ésta ausencia del afrentado esposo, púsose a hacer laos arreglos necesarios para recibir en su lujosa mansión a la infiel señora.

Continúa la relación de los preparativos para aquella entrevista: “Cuando ya la noche había tendido su negrura sobre la apacible ciudad, el osado Don Rodrigo, envuelto en negra y lujosa capa y cubierta su cabeza con fino sombrero, negro también y de ancha ala, y al cinto su inseparable espada; encaminose hacia la casa de su amada, quien inquieta lo esperaba oculta en un apartado rincón lleno de sombras, después de un nervioso y entrecortado saludo, llevola consigo, procurando evadir indiscretas miradas y comprometedores encuentros.

Llegados a casa, obsequiola el Marqués con la esplendidez digna de su fortuna; terminado el opíparo banquete, rogóla ocupara la alcoba especialmente preparada para ella con un mullido lecho, mientras él aguardaba ansioso en otra habitación. Cuando ambos estuvieron juntos, Don Rodrigo empezó a prodigiarle ardientes caricias y palabras llenas de amor; mas como ella nada respondiera, ni retribuyera sus cariños, le habló más fuerte y sorprendido de aquel raro silencio, moviola repetidamente. Como los resultados fueran los mismos, el Marqués extrañado encendio una vela y al acercarse al lecho, diose cuenta horrorizado que aquella hermosísima dama, no sólo estaba muerta, sino que habíase transformado en horrible monstruo… Toda su belleza había desaparecido…”.
Se ha conjeturado que éste hecho pudo haber sido una venganza del ofendido marido, quien habría desfigurado y luego dado muerte a su infiel esposa, aprovechando el momento en que Don Rodrigo no estaba en la habitación, o bien un hecho de carácter sobrenatural. El caso es que esto sucedió verdaderamente, pues la evidencia histórica es manifiesta. Pero prosigamos en nuestro relato: “Poseído Don Rodrigo de una desesperación inmensa, mezcla de pesar y de temor, y con la mente torturada por aquel inexplicable fenómeno, se armó de broquel y espada, y salio presuroso de aquella casa elegida para una cita de amor, pero que la fatalidad habíala tornado de pronto en capilla de una pecadora muerta. Sin rumbo fijo y con su espiritualidad hecha un torbellino de confusión, el atormentado Marqués avanzó por la desierta calle, y de pronto encontrose con la peregrina figura del Hermano Pedro, quien asombrado de ver al Marqués armado y preciso a aquellas horas de la noche, preguntole las razones que a tal conducta lo obligaban.

Don Rodrigo presa aún de la pesadumbre del suceso y queriendo disimular su nerviosismo, intento imponerse al franciscano, diciéndole que mas le extrañaba a él, encontrar por la calle a esas horas, a un religioso cuyas obligaciones conventuales reclamaban su recogimiento. El siervo de Dios, indiferente a las palabras del altivo Marqués, y viendo que le había faltado valor para confesarle lo sucedido en la alcoba de su lujosa mansión, hízole referencia a su estado anímico, indicándole que él conocía lo sucedido por inspiración divina. Lo llamó al orden aconsejándole enmienda y propósitos de lavar sus faltas, pues, harto suficiente era lo sucedido para escarmiento”.

Don Rodrigo escuchó aquellas sentencias en las que claramente se reflejaba el poder divino, pues ¿Quién a aquellas horas hubiera podido llevar noticias del hecho al humilde franciscano?

Contrito y arrepentido, aquel valiente militar que otrora fuera pacificador de los rebeldes en Talamanca y motivo de temor para sus adversarios, cayó postrado a los pies del Hermano Pedro, prometiéndole hacer vida ejemplar y le rogó interpusiera sus ruegos ante Dios, para alcanzar el perdón de sus graves culpas y remediar el trance fatal de aquella alcoba, anticipándole que a cambio de aquellas mercedes, dispuesto estaba a abrazar la causa santa de Dios. El venerable Pedro, profundamente impresionado por las angustiadas frases del pecador arrepentido, le dijo: “Vamos, vamos a su casa, que yo le prometo en el nombre de Dios, el remedio que desea solo por que cumpla la promesa que acaba de hacer”.

Silenciosos caminaron a la confortable y lujosa mansión de Don Rodrigo, y luego estuvieron frente al cadáver de la amante fallecida. El Hno. Pedro tomóle una mano y llevando su piadosa mirada al cielo; ordenole se restituyera la vida y se levantara; al influjo aquellas palabras operose el milagro… aquél inerte y deforme cuerpo, incorporose del lecho ante los desorbitados ojos de Don Rodrigo y comenzó a recuperar su natural hermosura; ambos cayeron como poseídos por un común impulso, de rodillas a los pies del apostólico Pedro, derramando abundantes lágrimas de gratitud. El Hno. Pedro ordenó a la señora que se vistiese, y momentos después, los tres iniciaban la marcha hacia la casa de la resucitada dama.

Antes de entrar, el siervo piadoso refiriole a la señora, que la ausencia de su marido era solo un ardid para comprobar su infiel conducta. Seguidamente le ordenó que se recluyera en sus habitaciones, para evitar que aquél diera por ciertas sus temibles celos. Recomendó a ambos la sincera enmienda de sus faltas, finalmente el impresionado Marqués fue conminado por el Hno. Pedro para que se retirara de su casa mientras él quedaba a la espera de colérico marido. El furibundo sujeto al llegar junto al Hno. Pedro, a quien dicho sea de paso respetaba muchísimo; frenó un tanto sus impulsos, manifestando complacencia ante su presencia.

El venerable franciscano le aseguro que su esposa lo aguardaba tranquilamente en sus aposentos, y le aconsejó abandonar toda clase de recelo, y para acabar de tranquilizarlo, le aseguró que pronto, el sujeto causante de sus sospechas estaría vistiendo el hábito de franciscano.

Las palabras del beato, llegaron al corazón del afligido y atormentado esposo, como un bálsamo de alivio y de paz. Antes de entrar a reunirse con su esposa, el caballero agradeció al Hno. Pedro la inmensa merced con la que había apagado de su alma aquél fuego de odios y de celos.

Este caso es uno de los más trascendentales milagros del Hno. Pedro y que lo identifican con esos seres que animados por la fé y por el soberano menester de hacer el bien en nombre de Dios, adquieren magnitudes de santidad y perfumes de consagración. Esa fé y esa caridad, fueron el don divino que siempre presidió los actos de aquél humilde siervo de Dios.

Mientras tanto, el Hermano Rodrigo como ya le llamaba el piadoso Hermano Pedro; se encontraba ya en su celda conventual en donde encontró aquella magnitud espiritual que nunca pudo encontrar en el torbellino de su vida libertina.

El Lic. David Vela en su obra El Hermano Pedro, dice así: “Así llego Rodrigo de Arias a manos de Pedro, que es tránsito hacia Dios y los pobres del Señor, realizando sus bienes para dárselos a los menesterosos, cambiando sus maneras de gran señor, por la actitud suplicante del mendigo; renegando del festín mundano, para satisfacerse con el ayuno; tocando sus arreos de gobernados por un saco de penitente, ahogando el estruendoso recuerdo de sus combates y amoríos, en el silencio de la plegaria…”.

Mientras tanto, el pueblo hacíase conjeturas a granel, respecto al cambio operado en el altivo Don Rodrigo, no faltaron quienes aseguraron que había perdido la razón… ¡Que lejos estaban de la verdad!... La conversación de Don Rodrigo de Arias y Maldonado, Marqués de Talamanca, era auténtica, sincera y firme, en su alma habían penetrado las piadosas recomendaciones del Hno. Pedro, y había palpado en carne propia, que la verdadera dicha estriba en el caudal inagotable de la verdadera caridad, de la fé y del amor al prójimo, en carne propia había sentido también la decepcionante sensación de engaño, de la envidia y de la mezquina lisonja, y comprendido que la felicidad es un don divino, que no se compra con títulos ni fortunas, sino con la acción piadosa y el sentimiento puro.

Corría el año de 1666 cuando se operó la conversión de Don Rodrigo, invertido con el hábito franciscano, tomó como nombre de religioso; Fray Rodrigo de la Cruz, quien pasó a constituir una firme columna y el mas leal colaborador del amado Hermano Pedro, su gran maestro en el arte divino de la caridad.

En los últimos momentos de vida del Siervo de Dios, Fray Rodrigo no se separó de él. El 2 de febrero de 1668, Fray Rodrigo de la Cruz, era elegido Superior de la Orden Betlemítica. Su labor siempre fue paralela a la del Hno. Pedro, para elevar aún más la obra grande de máxima esperanza de quien fuera su salvador y maestro. El Venerable Hermano Pedro de San José de Betancourth.

Hemos recordado la conversión de Don Rodrigo de Arias y Maldonado, Marqués de Talamanca en Fray Rodrigo de la Cruz, fiel discípulo del Hermano Pedro, que constituye un pasado histórico-religioso de nuestra Guatemala…

Historia extraída de la obra de Arnoldo Cózar, quien nos hace imaginar aquellas calles empedradas y rodeadas de arcadas coloniales y encendidas bougambilias, que en la penumbra y silencio de la noche parecen recordarnos aquella piadosa y nocturna reflexión: “Acordaos hermanos que un alma tenemos, y si la perdemos, no la recobramos…”.

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