Escritos de Irina Polà - El Renacimiento
   
 
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El Renacimiento

La libertad individual dentro del campo de la creación humana es prodigiosa, es semejante al oleaje azulado que moja de blanca espuma la arena de la playa… es como el vuelo de la gaviota o del águila que surcan el espacio con esplendente aleteo… es el señorío del espíritu que se impone sobre el intelecto para desbordarse en manifestación de auténtica superación humana… es en fin, la realización plena y total de la naturaleza en el hombre. El paso de los siglos a través de la historia humana, necesariamente debe detenerse en nuestra memoria en uno de los fenómenos creadores más grandes de la humanidad: EL RENACIMIENTO

Se da el nombre de Renacimiento, a la más brillante generación de arte y de letras que surgió en Europa en los albores de la Edad Media. Fue en el Siglo XIV que comenzó a iniciarse en Italia este movimiento cultural, que acabaría propagándose por el resto de Europa durante los siglos XIV, XV y XVI; y que dejaría para la posteridad las más bellas muestras del espíritu humano. Su desarrollo borró durante mucho tiempo la cultura medieval, aunque posteriormente se le reconoció su importancia, pues fue la Edad Media, una civilización original y fecunda que llegaba a su apogeo en el siglo XIII.

Ahora bien, el artista medieval, había ignorado o desconocido la antigüedad greco-latina; sus ideales respondían al concepto cristiano de considerar la vida como el simple tránsito doloroso hacia una bienaventura eterna; sus fuentes de inspiración, impregnadas de fervor religioso, eran muy distintas a las clásicas.

En ésta forma de pensamiento y de expresión, abordan el arte y las letras el siglo XIV, que es cuando se despierta en Italia el afán de estudiar la antigüedad… de conocer sus ruinas y monumentos… de leer aquellas grandes y olvidadas producciones. Es entonces que se encuentran nuevos ideales: Frente a la esperanza de una eterna salvación, el deseo de disfrutar de una vida presente; frente al anónimo de la organización social, el individualismo y la independencia personal del artista clásico; frente a la situación oscura y borrosa de la mujer medieval, su elevación al plano de actualidad.

Ante el hallazgo de estos conceptos, el entusiasmo se desborda, el afán por lo antiguo se propaga en extensión e intensidad. Salta las fronteras de Italia, influye en los escritos, en las ideas, en las costumbres y transforma la llamada civilización Gótica y Septentrional, en otra clásica meridional. Abre nuevas fuentes de inspiración, que llegan a llamar bárbaro a todo aquello que les antecedió, al juzgar que la verdadera civilización, desaparecida a partir de la caída del Imperio Romano, renacía al fin; de allí el nombre de Renacimiento, con el que se acogía una nueva etapa de la humanidad.

El auténtico concepto de Renacimiento, es la aparición de nuevas ideas y direcciones, al sugerir nuevas actividades, el renacer de la tradición antigua de las fuentes clásicas y de los principios rectores de griegos y romanos.

Este concepto está explícito en los caracteres de las obras del Renacimiento: Vuelta a la naturaleza, culto a la forma, cierto enfriamiento religioso. El artista se sustrae a las fórmulas y convenciones que hasta entonces se le habían impuesto, y encuentra en la forma y belleza del cuerpo humano, un modelo que se había despreciado anteriormente. Las esculturas medievales, que ocultan entre sus ropajes la forma humana concentran toda su expresión en los rasgos fisonómicos, se cambian por los desnudos de serena belleza, que recuerdan los bajorrelieves griegos, en los que se rendía pleno culto a la forma.

Ya el artista no solo trabaja para la Iglesia, sino que también tiene como clientes a príncipes y nobles. No quiere permanecer en el anónimo en que se hundían sus antecesores y firma sus obras, desarrollando así su personalidad.

Nos dice Pioján: “Los primeros humanistas, sin perder su fe en Dios y en el alma, comprendían que el cuerpo humano era el laboratorio indispensable para sus manifestaciones aquí en la tierra, y concedían al cuerpo una atención y dignidad, que no le habían reconocido los doctores de los siglos precedentes. Esto era ya lo que llamamos humanismo, y las ciencias que se ocupan de ello: Humanidades”.

Este deslumbrante florecimiento, solo puede ser comparado al esplendor del siglo de Pericles. E Italia alcanzo en el siglo XV, su máximo desarrollo, recordemos que Italia había sido el centro de la civilización antigua, y guardaba mejor que nadie, el recuerdo y las ruinas de la antigüedad.

Aparecieron los Mecenas, que tanto contribuyeron a la brillantez del Renacimiento italiano: Lorenzo el Magnífico de Florencia, haciendo de Miguel Ángel el compañero de sus hijos. León X, queriendo elevar a Rafael a las más altas dignidades de la Iglesia; los Gonzaga en Mantua, los Visconti, los Este, los Sforza y muchos otros, nos muestran como se formó en Italia, una sociedad que honraba el mérito personal, más que la riqueza y el nacimiento. Italia pues, se lanzó tras el Renacimiento y arrastró con ello a toda Europa.

 

DANTE, PETRARCA Y BOCACCIO

Es de hacer notar, que el Renacimiento se inició en el campo literario, que provocó la ruptura entera entre la Edad Media y los tiempos Modernos. Los grandes escritores, habían de inyectar el nuevo espíritu en su país y señalar el máximo apogeo de la Literatura Renacentista. A estos ilustres genios se les da el nombre de Precursores del Renacimiento, fueron ellos: Dante, Petrarca y Bocaccio.

Del Florentino Dante, se expresa así Geiger: “Dante tenía afición al estudio de la Naturaleza; gozaba la vista de un hermoso paisaje, y quizá fue el primer hombre que subió a la cima de las montañas, para disfrutar de bellas vistas y entregarse a las impresiones que en su alma despertaban. Dante tuvo el sentimiento de lo bello; sabía observar, estudiar y admirar la Naturaleza, y observaba también a los seres que la animan. La mirada penetrante de este hombre, pensador profundo, cuyo espíritu parece cernerse exclusivamente en las regiones más elevadas que es dado a la imaginación humana alcanzar, descubre y distingue los detalles más insignificantes de la vida vulgar y diaria, lejos de despreciarlos, los utiliza para las imágenes con que tachona sus narraciones. Pinta a los personajes con tales pormenores, que el lector cree verlos y tocarlos, como Lucifer, el monstruo de seis alas, de cuyos ojos destilan lágrimas y sangrientas legañas que gotean en sus terribles garras, mientras crujiendo los dientes de sus tres bocas, como en una agramadera, tritura a otros tantos condenados”.

La obra inmortal de Dante es su poema titulado: La Divina Comedia, en la que se reúne lo más esencial de su carácter y la orientación de su autor. Está escrita en dialecto toscano y se halla dividida en tres partes: Infierno, purgatorio y Cielo, que simula visitados por él mismo, en compañía de Virgilio los dos primeros, y de Beatriz, su gran y único amor en el Cielo.

Dante recibe la inspiración de Virgilio, y lo escoge entre todos los clásicos como su modelo y guía, quizá entusiasmado por la labor virgiliana, en pro de las grandezas romanas.

IRINA)

Unidos Dante y Virgilio, visitan el Infierno y el Purgatorio, en donde Dante no se limita a relatar el suplicio de los condenados, sino que alude constantemente, a los sucesos contemporáneos de su Patria, a las luchas políticas que la ensangrentaban. Expresa sus versos, sus relaciones de amistad y enemistad, presenta cuestiones de orden religioso y muestra, al lado de la exposición de los dolores y miserias del mundo en que vive, la protesta del espíritu contra tal situación, protesta que procura inspirar en el estudio de la antigüedad.

Su orgullosa independencia ante los poderosos, para los que imaginaba los más terribles suplicios en el infierno, le constó verse desterrado e Rávena hasta su muerte. No le impidió la condena el seguir trabajando, y cuando murió, no sólo había dado a Italia una obra maestra y un idioma perfecto, el toscano, sino que marcó el primer paso en la época de transición que iba a romper con prejuicios y supersticiones, para dirigirse a los ideales de la razón y humanidad.

 

FRANCISCO PETRARCA

Primer gran poeta del renacimiento y verdadero Padre del Humanismo. Nacido en Arezzo, pasó la mayor parte en Avignon, al lado de los Papas, donde había de conocer a Laura, a quien inmortalizó en sus poemas, por su gran amor hacia ella. Docto conocedor de los poetas latinos, a quienes consideraba como los únicos modelos dignos de ser imitados. No sólo logró asimilar la forma y estilo de los clásicos, sino que adquirió de ellos el espíritu de libertad e independencia, que le hacían mirar con desdén los métodos de la Escolástica. En su apasionado culto por la antigüedad, lamentaba de tal manera no conocer el griego, que aún intentó en los últimos años de su vida, aprender.

Sus características primordiales, son su extremado individualismo y su afán de conocerse a sí mismo, esta última preocupación tan intensa, que lo lleva a analizar en todo momento su carácter y su estado espiritual, procurando comunicar a los demás el resultado de sus observaciones. Casi toda su producción, escrita en latín, y que es precisamente lo más importante de toda su obra Epístolas y Confesiones, es el afán de conocerse a sí mismo: “Se vio impulsado a conocerse a sí mismo. Relata que cuando tenía 31 años, subió con su hermano al Monte Ventoux, desde cuya cima contemplaba maravillado, el magnífico panorama que ofrecían los Alpes, cubiertos de nieve, las nubes y el mar, que le hacían soñar con su lejana Italia. Maquinalmente sacó de su bolsillo las Confesiones de San Agustín, libro que acostumbraba a llevar siempre consigo, y abriéndolo al azar, leyó el siguiente pasaje: - Ahí van los hombres a admirar las cúspides de las montañas, las olas enormes del mar, los anchurosos lechos de los ríos, los océanos dilatados y las órbitas de las estrellas, y se olvidan de estudiarse a sí mismos. Cerró entonces el libro, irritado de haberse dejado encantar por cosas terrenales y convencido de que lo único grande, lo único digno de admiración, es el alma.

Desde este momento, toma a San Agustín como interlocutor y acusador de sus propios defectos, y procura exponer éstos en sus tratados, para alejarse de ellos y lograr cada vez más la perfección. Petrarca se acusa de muchas faltas, rechaza otras que los demás le atribuían, y ofrece en conjunto, una perfecta autobiografía espiritual. De sus escritos y de los contemporáneos puede decirse que sus característicos sentimientos fueron: Ardiente patriotismo, extraordinaria sed de gloria, un espíritu melancólico y una gran exaltación del amor.

Fue su ardiente patriotismo, unido a la admiración que le producía la antigüedad romana, lo que lo llevaba a lamentar profundamente el estado de decadencia de la Ciudad Eterna, producido por la traslación de la Sede Pontificia a Avignon.

Presionó cuanto pudo a los Papas, para que volvieran a residir en Roma. A pesar de su acendrado catolicismo y carácter sacerdotal nunca desmentido, no pudo alejar su espíritu de la pasión por la gloria, que constituye uno de los rasgos más sobresalientes del Renacimiento. Petrarca no tuvo que esperar a ser glorificado por la posteridad, pues fue uno de los poetas más halagados por sus contemporáneos. Cuando recorría Italia, Francia, Flandes o Alemania, una juventud entusiasta marchaba con él y era iniciada en las bellezas de Cicerón, Virgilio o Séneca. El mismo Petrarca se complace en relatar los regalos de los nobles y los esfuerzos de los príncipes en atraerlo a las cortes. Toda esta gloria culminó con la coronación del poeta, verificada solemnemente en el Capitolio de Roma, con todos los honores del triunfo a la manera clásica.

Las poesías latinas, porque otras no daban derecho a la corona de laurel, fueron las que le valieron a Petrarca el honor de la coronación. Estas fueron: Cartas Poéticas, Poemas pastoriles y el gran Poema épico “África”, dedicado a la segunda guerra púnica.

También fue uno de los cantores más exquisitos del amor a la mujer. Para exaltar a Laura, su amada, empleó la lengua italiana y compuso las más bellas poesías, en especial, Los Sonetos, en los que se desborda de amor ideal, platónico, exento de todo sensualismo, que su musa le inspiraba. Petrarca ha quedado como ejemplo de poeta amatorio, para la posteridad.

Contemporáneo y amigo de Petrarca, es preciso recordad al tercer pilar del Renacimiento:

JUAN BOCCACCIO

Seguidor de Petrarca en la fundación del Humanismo y tercera gran luminaria de las letras italianas. Francés de origen, que dedicó su vida al cultivo de las letras. De agudo ingenio y vivacidad de carácter, que le granjearon grandes amistades, en donde encontró su gran amor: María, hija del rey Roberto de Florencia.

Sintió gran admiración por Petrarca y enorme deseo de igualarle. También fue admirador de Dante. Como buen renacentista, no podía faltar en él la expresión apasionada del amor a la mujer y su natural exaltación poética, pero lejos del sentimiento casi metafísico de Dante por Beatriz, o del platónico de Petrarca por Laura, Boccaccio siente por Fiammetta, como él llama a María, una desbordante pasión sensual, que manifiesta en todas sus poesías italianas con una libertad y exaltación que le han transformado en uno de los primeros poetas eróticos. Absorbido durante 15 años por su felicidad de amante correspondido, alude constantemente a su amada, hasta en las obras que no se refieren a eola.

Al sentir enfriar su pasión, escribe Elegía de la Señora Fiammetta, dedicada a todas las mujeres enamoradas, en la que presenta a su musa llena de dolor  resignación, expresando la desesperación de la mujer abandonada con ternura y delicadeza de sentimientos, que la han hecho ser considerada como la precursora del Werther de Goethe.

Su principal obra, “el Decamerón”, colección de cuentos, está compuesta de cien historietas que cuentan, en diez días sucesivos, a 7 muchachas y tres jóvenes, que se refugiaron en una finca cercana a Florencia, huyendo de la peste que diezmaba esta ciudad. No todas las historias narradas por el autor, son de su invención, se nota en ellas la pluma de Boccaccio, retratando fielmente la vida y la sociedad de su tiempo, en Florencia y Nápoles especialmente. Retrata a aquella sociedad libre y sensual, sin valla moral alguna, que se burlaba del matrimonio y la familia, y exaltaba con la mayor libertad el vicio galante. Boccaccio la retrata sin el menor embozo en la expresión. No es una obra adecuada para la juventud, pero puede negarse la maestría y el vigor en la narración, que han hecho de Boccaccio el Padre de la Narración moderna.

Al respecto dice Geiger: “A Dante admiramos, a Petrarca celebramos, pero a Boccaccio leemos. Suerte desigual que han encontrado en la posteridad, los tres luminares de la literatura italiana y Renacentista, que en vida tuvieron, sin embargo, no pocos rasgos comunes, por que los tres tuvieron como patria a Florencia, los tres la amaron como tal y la dejaron, ya por su libre voluntad, ya por la fuerza, y los tres amaron más a Italia que el pueblo donde nacieron, y también lloraron la desunión de la patria querida.

Pareciéronse además, en que cada uno estuvo la mayor parte de su vida, dominado por el amor de una mujer, amor que cada uno manifestó a su manera. En Dante fue entusiasmo elevado, en Petrarca sentimiento tierno, y en Boccaccio, pasión ardorosa; pero en los tres, fue el amor el móvil de sus ideas y escritos. Los tres eran poetas, hombres políticos que servían a sus ciudades y príncipes, sirviendo a diversas entidades, nunca perdieron de vista a su Patria, lloraron con acervo dolor, su impotencia y división, y buscaron medios de salvarla de su mísero estado.

Los tres eran hombres de su época, sin deseos cobardes de renegar de ella, pero tampoco sin desconocer que debían su instrucción y su cultura a la antigüedad, y siendo sinceramente cristianos y dedicados a sus piadosas tradiciones, no temían pasar horas leyendo las obras de autores gentilicios; y no obstante su cariño al idioma patrio, al cual arrancaban dulces armonías, se servían con preferencia de la lengua latina, creyendo poder alcanzar solo con ella, la corona de laurel destinada a los poetas verdaderos”.

Hemos recordado en este espacio a uno de los más grandiosos fenómenos culturales de la Historia, en el Renacimiento y sus tres pilares: Dante, Petrarca y Boccaccio, como los precursores del más esotérico Humanismo que creó un renacimiento científico en la literatura misma, en la búsqueda del hombre como tal, y en la exaltación de la personalidad, para mostrar que la realidad vive en ejercer con libertad las aptitudes exteriores e interiores del hombre, por que son estas las que hacen posible una mejor sociedad.

 

 

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