Escritos de Irina Polà - Séneca
   
 
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Séneca

 La voz de la sabiduría se desprende del paso del tiempo, como una cascada que baja por la ladera montañosa impregnando de humedad creadora, la tierra sobre la que cae. Es semejante al trino de los pájaros en primavera, cuando alborozados recogen del blando pasto, la semilla que han de llevar a sus nidos…

Es como el eco de una melodía que invade bienechoramente, nuestros sentidos y nos envuelve en un hálito de sublime armonía. La sabiduría en el hombre, es producto de una superación espiritual, conquistada a base de esfuerzo y sentido de elevación, que lo perpetúa en la memoria y en las acciones de la posteridad, como una guía ejemplar para la humanidad. Y, es en este paisaje de armoniosa conjunción de naturaleza e individuo, que se hace presente la voz inmortal y sabia de Séneca.

En los albores de nuestra era, en la España romantizada, viene al mundo, en la región de Bética, el segundo Lucio que para la posteridad, es simplemente conocido como Séneca. Era esa región, el lugar en donde se habían asentado sucesivamente los fenicios, griegos y cartagineses. Su capital, Córdova, es la cuna de este gran filósofo, de adinerada familia, que no solo poseía grandes riquezas, sino que había alcanzado con algunos de sus miembros, altos cargos en la administración. La intensa educación recibida unida a sus grandes dotes, lo hicieron de todos conocido en poco tiempo. Sus éxitos le pusieron en grave peligro al excitar la envidia del sanguinario emperador, Calígula, quien también tenía pretensiones de orador y, por qué no decirlo, poseía cualidades para serlo. Un día, en que Séneca había hablado con notable elocuencia ante el Senado, el Emperador, enfurecido, ordenó que se le diera muerte. Sólo lo libró de ella la intervención de una mujer amiga, quien calmó a Calígula asegurándole que Séneca no habría de vivir mucho tiempo ya.

                              

SÉNECA, POETA Y FILÓSOFO

Los imperiales celos y su salud, no muy robusta, le impidieron que prosiguiera su carrera de orador, pero sus dones eran múltiples por lo que se dedicó a la poesía. Su crédito como poeta debió ser bastante grande, cuando sus enemigos lo utilizaron para indisponerlo con otro literato coronado, el Emperador Nerón. Su verdadera vocación era la filosofía, que sólo pudo realizar plenamente después de la muerte de su padre, en los últimos años del reinado de Calígula. A esta época de iniciación pertenece su tratado “De la ira”. La composición de este tratado se vio interrumpida por una nueva desgracia. Su amistad con Julia Livilla, a quien Mesalina, esposa del emperador Claudio, recién coronado, perseguía.

Aquello le valió el destierro de Córcega, en donde pasó ocho años durante los cuales escribió “La Consolatio”, dirigida a su madre Elvia y dedicada a Polibio, liberto del Emperador. Su suerte cambia de nuevo, con el advenimiento de Agripina, pero cambia de modo brusco. Su vida está llena de contrastes, como su estilo de antítesis. Cae y sube como si la fortuna quisiese emplearse con él en extremos. La nueva emperatriz hace levantarle el destierro y a los pocos meses, le encarga la educación de su hijo, el futuro emperador Nerón. Séneca no se deja engañar por este halago de la suerte y parece que presintió la mala jugada que le hacía la fortuna, al empinarlo tan alto; adivinó la maldad que se ocultaba tras la dócil adolescencia del príncipe.

 

DOS OBRAS SUBLIMES

En el año 49 d.C. escribe “La Consolatio ad Marciam” y el tratado sobre la “Brevedad de la Vida”, del que extraemos un especial retazo: “No tenemos mucho tiempo, sino que perdemos mucho. Bastante larga es la vida que se nos da y en ella se pueden llevar a cabo grandes cosas, si toda ella se empleara bien, pero si se disipa en lujo y en la negligencia, si no se gasta en nada bueno, cuando por fin nos aprieta la última necesidad, nos damos cuenta que se ha ido una vida, en la que ni siquiera habíamos entendido qué estaba pasando. Así es: No recibimos vida corta, sino que somos nosotros los que la hacemos breve; ni somos pobres de vida, sino pródigos. Así como las riquezas, por muy copiosas y regias que sean si llegan a un mal dueño, al momento que se disipan, y aunque sean pequeñas, si se entregan a un buen guardián, se acrecientan con el uso, así nuestra vida se abre espaciosamente al que la dispone bien.”

“¿Por qué te quejas de la naturaleza? Ella se ha portado bien; la vida si sabes usarla, es larga. Pero al uno lo domina una insaciable avaricia; al otro, trabajosa diligencia en tareas inútiles; uno se entrega al vino, otro, con la ociosidad se entorpece; a éste le fatiga una ambición siempre pendiente del juicio ajeno; a aquél, una desempeñada codicia de comerciar que, con el afán de lucro, lo lleva por todas las tierras y por todos los mares; a algunos los atormenta la inclinación a la guerra y siempre están atentos a los peligros ajenos y angustiados por los propios. Hay quién, la ingrata veneración a los superiores, los consume en una servidumbre voluntaria.”

“A muchos, los detiene o la envidia de la fortuna ajena o la queja de la propia; a muchos que no van detrás de nada cierto, una ligereza vaga, inconstante y displicente, les lleva de continuo a nuevas determinaciones, de modo que no es posible dudar de la verdad de lo que, a modo de oráculo, dejó dicho el mayor de los poetas: Tan solo vivimos una pequeña parte de nuestra vida, por que todo el espacio restante es tiempo y no vida…”

 

LAS DOS LUCHAS DE SÉNECA

En el año 54 D.C., a la muerte de Claudio, Nerón de 17 años, es proclamado Emperador. Sus dos maestros, Séneca y Burro le acompañan como ministros. Séneca redacta muchos escritos oficiales y los discursos del Emperador para quien escribe el “De la Clemencia”. Con ello trata de inclinar hacia esa virtud el ánimo de su discípulo. Pone en la obra todos los recursos de su ingenio, que alcanza en esta obra un brillo singular. Escribe también “De la Felicidad”, y “De la Constancia del Sabio”, aunque en ambos desarrolla tesis estoicas, en el fondo son alegatos personales. Es preciso aclarar que la doctrina de los estoicos es la filosofía creada por Zenón. Expresa fortaleza de ánimo y dominio sobre la propia sensibilidad, que conduce al sentimiento imperturbable y al sufrimiento paciente sin queja.

Se defiende contra enemigos que, envidiosos de su fortuna, le echan en cara sus riquezas aumentadas con los favores de Nerón y su tren de la vida, tan contrario a las máximas de su filosofía.

Mantiene entonces, una lucha en doble frente: con sus enemigos y envidiosos de fuera y, con el emperador en palacio. Consigue hacer condenar y desterrar a uno de sus acusadores, Suilio, pero no detiene con ello las críticas. Por otra parte, Nerón trata de liberarse de las tutelas que contienen sus desorbitados impulsos. A ello, lo incitan los libertinos de la corte, que conocedores de la naturaleza del joven emperador, le sostienen y estimulan su empeño. Burro –el soldado enérgico y fuerte- y, Séneca –el Filósofo- son un freno que logra contenerlo en parte. Es en esa lucha que Séneca va dejando los jirones de su reputación.

No se le reprocha solamente su afán de riquezas, conciente con su silencio en los crímenes del emperador, esperando a que quizá, cada uno de ellos fuera el último. Séneca afecta ignorar el envenenamiento de Británico, hijo de Claudio. Cuando Nerón trata de librarse de la influencia de Agripina se pone de su parte, aunque le debía a ella su posición. Si bien es cierto que, tanto él como Burro, se encontraron en la muerte de Agripina, ante un hecho consumado, del que no habían tenido la menor noticia, es verdad también que Séneca llegó a redactar la carta con que Nerón comunicaba al senado, la versión oficial de la causa de la muerte de su madre. Todo fue en vano.

El mismo Séneca es objeto de odio especial, por parte de los amigos de Nerón, odio que sobrevivió a su muerte, alcanzando a sus parientes y amigos. Con la muerte de Burro, comprende que la partida es definitivamente perdida. Decide retirarse, pero como conoce las reacciones de Nerón, no quiere dar motivo al despecho ni a la codicia de éste. Expone los motivos personales que le obligan a retirarse, y trata de desarmarlo ofreciéndole su inmensa fortuna. Nerón disimula sus sentimientos con palabras de afecto y gratitud por los servicios prestados y rechaza la fortuna que le ofrece. Pero Séneca no se engaña, tiene demasiado conocimiento de los hombres y del emperador, para hacerse ilusiones sobre su futuro.

 

SÉNECA EL ESTOICO

Tantos altibajos de la suerte llegaron por fin a darle la ansiada indiferencia, ideal del estoico. Se despojó de toda vanidad, cambió su lujosa casa por una modesta y se contentó en la comida y en el vestir, con lo indispensable. Era un manifiesto desprecio por aquellos bienes, cuya falsa sustancia había probado en los amargos años de prosperidad y que lo inclinan a la vida sencilla y ascética. A continuación, una parte de su “Tratado de la Clemencia”, que dedicó a Nerón:

“¡Oh príncipe digno de ser llamado a consejo! Esta es la clemencia que conviene al príncipe que, adondequiera que vaya, hace las cosas más suaves. Que ninguno sea tan vil para el Rey, que éste no sienta que perezca pues sea como fuere, forma parte del Imperio. De las cosas chicas tomemos ejemplo para los grandes imperios. No hay una sola manera de gobernar; gobierna el príncipe a sus ciudadanos; el padre a los hijos; el maestro a sus discípulos; el tribuno o el centurión a los soldados. ¿Acaso no parecerá un pésimo padre, el que castiga a sus hijos con azotes continuos, por causas ligerísimas? ¿Y qué perceptor es más digno de enseñar las artes liberales: el que desuella a sus discípulos, si les falla la memoria o, el que con advertencias y apelaciones el pundonor, prefiere enmendarlos y enseñarlos? Por que un tribuno o un centurión cruel, hará desertores a los que debería haber perdonado”.

“¿Acaso es justo que se mande a los hombres más pesada y duramente que se manda a los animales irracionales? Pues el domador no atemoriza al caballo con frecuentes latigazos, por que se hace asustadizo y rebelde; sino que lo halaga con blandas caricias. A esos ejemplos puedes añadir el de las bestias de carga, aún las más perezosas, que aunque han nacido para los malos tratos y las miserias, la crueldad excesiva las obliga a sacudirse el yugo. Ningún animal más indócil que el hombre, ni que haya de ser tratado con mayor arte, ni que haya menester de más indulgencia. ¿Qué hay en verdad, más insensato que avergonzarse de descargar la ira sobre perros y jumentos, y que la peor condición sea la que tiene al hombre bajo el hombre?”.

Al igual que Cicerón, en situación semejante, se entrega al trabajo febrilmente y escribe “Los Beneficios”, el más sólido trabajo desde el punto de vista científico y teórico. Para su amigo Lucilio, escribe “Las Cuestiones Naturales” y el tratado “La Providencia” en el cual demuestra que, a pesar de las apariencias –a veces engañosas- la mano divina dirige al mundo y lo rige. También compone las “Cartas a Lucilio”, que son la corona de toda su obra moral.

En el año 65 D.C., estalla la Conjuración de Pisón. Séneca se ve envuelto en ella y recibe la orden de darse la muerte. ¡Estaba Preparado! Hasta había ya lanzado un desafío a sus enemigos, antes que ésta llegara y afirmó que soportaría la muerte valerosamente, como prueba suprema a la fidelidad de su doctrina. Murió como Sócrates, rodeado de amigos, aunque no con su misma sencillez.

 

SÉNECA EL CONTRADICTORIO

La contradicción entre su vida y obra fue problema que ya dividió a sus contemporáneos; si hubo quienes le censuraron, hubo también quienes, sin llegar a aprobarlo, encontraron como excusarlo. Séneca no fue indiferente a estos ataques y trató de justificarse ante la opinión pública. Cuando se le critica su enorme riqueza, en contradicción tan aparente con el ideal de sabio que predicaba, contesta que éste puede poseer, sin contradecirse, los bienes legítimamente heredados o adquiridos, y por lo demás, la sabiduría no exige la pobreza efectiva, sino la indiferencia de ánimo para con las riquezas, de tal manera que éstas puedan perderse sin que el ánimo se pierda. Nunca se presentó como modelo o garantía de su doctrina. El se consideraba el primero de sus oyentes y tan necesitado, como ellos.

Sin embargo, es necesario considerar lo terrible de las circunstancias en las que le tocó actuar. Como filósofo, es un acertado director de almas; como se le ha calificado con gran acierto. Atiende al orden psicólogo que lleva al convencimiento, más que al riguroso orden lógico de la demostración. Este carácter es el rasgo clásico y común de los filósofos de su época. En aquella profunda quiebra social y política, Séneca buscaba al individuo aislado y solo, donde podría encontrar motivos de vida y fuerza que lo sostuviera, de la misma forma que los demás filósofos de su tiempo.

Pero realizó la tarea de filósofo en forma más recatada, siguiendo su gusto y condición. De todos es sabido que, los filósofos de entonces predicaban en la calle, sus ideas. Séneca prefiere pocos discípulos y amplía con libros el alcance de su acción.

 

 

“DE LA PROVIDENCIA” DE SÉNECA

En su tratado “De La Providencia”, encontramos reflexiones tan profundas como la que a continuación se extrae: “Las cosas prósperas suceden también a la plebe y a las almas viles; en cambio, dominar las calamidades y las cosas que son el terror de los mortales, es propio del hombre grande. Pero, ser siempre feliz y pasar la vida sin ninguna mordedura en el alma, es ignorar la otra mitad de la naturaleza. Eres un gran varón, pero, ¿cómo lo sé si la fortuna no te da ocasión de probar tu virtud?”.

“Entraste a los juegos olímpicos pero, ningún otro, además de ti; tienes la corona pero no tienes la victoria. No te felicito como a hombre fuerte, sino como si hubieras conseguido el consulado o la pretura, pues sólo han aumentado de honor. Lo mismo puedo decir al varón bueno si, ningún trance más difícil le dio ocasión de manifestar la fuerza de su alma: Te juzgo un desgraciado por que nunca fuiste desgraciado. Pasaste la vida sin un adversario; nadie sabrá cuál es tu fuerza, ni siquiera tú mismo.

Para conocerse, es necesario hacer la experiencia; lo que puede cada cual sólo probándolo, lo supo. Por eso, algunos, al cesar sus males, se ofrecieron espontáneamente a la adversidad y buscaron la ocasión de que la virtud que se iba oscureciendo, resplandeciera. La virtud es codiciosa de peligros y piensa en aquello que ha de tener y no en lo que ha de padecer, pues lo que se ha de padecer, también es parte de la gloria.

Diré que los dioses velan por los que quieren sean más ilustres, cada vez que les dan ocasión de hacer algo animosa y fuertemente para lo cuál, es necesario que las cosas sean difíciles.

Has de conocer al piloto en la tempestad, al soldado en el combate. ¿Cómo puedo saber el ánimo que tengas para soportar la pobreza, si abundas en riquezas? ¿Cómo puedo saber la constancia que tengas ante la ignominia y la infamia y el odio popular, si envejeces entre aplausos; si te sigue el favor del pueblo, irresistible y fácil por cierta inclinación de las mentes?

¿Por qué Dios aflige a los mejores con enfermedades, duelos y otras desgracias? Por la misma razón que también en los campamentos, las cosas de mayor peligro  se mandan a los más fuertes; el general envía a los más escogidos a que ataquen al enemigo. Ninguno de ellos dice: me ha agraviado el general; sino: me ha juzgado bien. Que digan lo mismo todos esos a quienes se manda a padecer cosas por las que lloran los tímidos y cobardes: A los dioses les hemos parecido dignos de que se experimente en nosotros, cuánto puede padecer la naturaleza humana. Por que ello, nos hace libres”.

 

CALÍGULA Y SÉNECA

Calígula, el Emperador Loco, calificó el estilo de Séneca como “arena sin cal”, y ese es en realidad el efecto que produce el leerlo: sus frases cortas, menudas y brillantes, que le dan un relieve propio y penetrante.

Séneca pretende comportarse como un médico moral que subordina su ciencia a las necesidades del caso que trata. Su obra es más importante en cuanto al aspecto psicológico, que es lo que le proporciona la profundidad que tiene. Observador alerta, que sabe descubrir y levantar los mil disfraces del vicio. Trata de enseñar y sacudir por medio del renunciamiento, esa pesada opresión exterior, para alcanzar así la libertad verdadera.

“Hay que recluirse mucho en sí mismo, por que el trato con los que no son semejantes descompone todo lo no bien compuesto. Hay que mezclar y alternar la soledad y la comunicación. La soledad nos hará desear a los hombres; la comunicación, a nosotros mismos. Así, la una será remedio de la otra; la soledad nos curará el aborrecimiento de la multitud, y la multitud, el fastidio de la soledad…”

 

Hacia una manifestación de auténtica humanidad, nos hemos detenido en la figura del filósofo Séneca, cuyas palabras nos hacen pensar en la superación individual como el único medio para conseguir la verdadera libertad, suprema riqueza con la que el hombre puede desarrollarse como un ser humano, en la búsqueda de la verdad.

 

 

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